CAPÍTULO ANTERIOR
2
Aquel miércoles 9 de julio de 1975, Isidre Tarrés salió más temprano de la fábrica Fabra y Coats de Sant Andreu. Trabajaba allí desde que había finalizado el servicio militar en Barcelona. Procedía de un lugar del Pirineo Catalán que ni tan siquiera aparecía en los mapas de la comarca.
Estaba contento, no demasiado cansado y quería llegar al modesto piso del mismo Sant Andreu, donde
vivía con su mujer Lola y su hijo Martí, de cinco años. Le apetecía mucho tocar
la guitarra. Isidre sonrío. Esos planes se cumplirían siempre y cuando el bebé
que estaban esperando no se decidiera a venir al mundo, pues su mujer ya estaba
fuera de cuentas.
—“Aunque, bien pensado, hoy sería un día perfecto para
nacer”—pensó.
Iba enfrascado en sus pensamientos cuando giró la esquina. No vio al individuo que, vestido con una
chaqueta gris, empezó a seguirle. Cuando se paró en el semáforo en rojo, aquel
desconocido se le abalanzó:
—¡Alto!¡Policía!
¡Identifíquese!—dijo aquel hombre de pose marcial, mostrándole una placa.
—Què diu ara? No he fet res, jo!—replicó
asustado Isidre, utilizando su lengua materna, el catalán.
—¡Diríjase a mí en cristiano!—le increpó el
desconocido!—¡Y muéstreme ahora mismo su Documento Nacional de Identidad!
— Sí, sí… —Sus dedos no
encontraban la cartera que debería de haber estado en el bolsillo trasero de
sus pantalones—. Perdone, disculpe, pero creo que se me ha caído o me lo han
robado. Me llamo Isidre Tarrés Canal.
—¡Vaya por Dios! ¡Encima graciosillo, el caballero!—tronó
la voz del agente de paisano—. Pues queda usted detenido. ¡Venga, a
comisaría!—le espetó mientras le colocaba las esposas.
—Escúcheme,
por favor, yo no he hecho…—La frase quedó incompleta; un tremendo bofetón
acababa de tirarlo al suelo, con el labio partido.
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